Introducción a las posesiones y exorcismos
Introducción a las posesiones y exorcismos de forma superficial. El homcre desde siempre ha tenido siempre una especial credibilidad de cara la existencia real del Demonio, y, por lo tanto, siempre y en toda circunstancia ha creído que las posesiones diabólicas puedan ser reales de verdad. Aunque nunca haya dispuesto de pruebas científicas que confirmen dichas posesiones. Es necesario examinar cuáles son los motivos que han conducido al humano a pensar en la existencia de dichas posesiones: La creencia en el Demonio no estuvo oficialmente muy extendida en los primeros años del cristianismo, en cambio, la existencia real y tangible de determinadas personas dotadas de facultades mágicas y a las que por aquel entonces se las denominaba «magos», forzó a la Iglesia a dar una explicación de estas enigmáticas facultades, y se vio obligada, a adoptar una posición concreta frente a ellas. Así es como en el siglo III ya se señalaba que los Demonios trataban de destruir el «Reino de Dios» con falsos milagros, teoría que fue sostenida por grandes personalidades de la época, como Lactaricio. San Agustín, en el siglo IV, sostuvo la misma teoría y escribió un libro que llevaba por título Adivinación de los Demonios. En esta obra, San Agustín aseveraba que los Diablos pueden generar milagros (que eran para él las predicciones, las videncias y los distintos tipos de percepción extrasensorial), pero siempre contando con el permiso de Dios, pues aún en aquella temporada no se admitía que el Diablo pudiese hacer, obrar y actuar por su cuenta y peligro.
La creencia en el Diablo y en el Infierno, como sistema organizado en constante oposición a Dios y al Cielo, así como las opiniones en las diferentes formas de poderes maléficos del Demonio, opuestos a los benéficos de Dios y con las precisas fuerzas demoníacas para luchar permanentemente contra el poder Divino, no se oficializaron hasta la celebración del Concilio que tuvo lugar el año quinientos cuarenta y siete. Desde entonces y a causa del reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de la existencia del Diablo (que por aquel entonces ya se le conocía con el nombre de Satanás, que significa víbora y procede del árabe Shaitan, muy vinculado a las costumbres de todos los pueblos que rodean a Israel, pues acostumbraban a representar a sus ídolos en forma de víbora, coincidiendo curiosamente con el relato bíblico referido al pecado original), el conocimiento de la existencia de Satanás se extendió por toda Europa y con él su poder maléfico y sobrenatural. La Iglesia sancionaba con duros castigos a todas aquellas personas que se dejaban poseer por Satán. Fue precisamente en aquellas fechas cuando se extendió la idea de las posesiones mefistofélicas, y casi inmediatamente fueron muchas las personas que se sintieron poseídas por el Demonio. Para luchar contra estas posesiones se crearon y desarrollaron una serie de ritos y técnicas para la expulsión de los Diablos del cuerpo de los poseídos, con lo que inmediatamente nació el singular rito del exorcismo. Quizás el primer caso interesante de posesión mefistofélica ocurrió entre los años quinientos noventa al seiscientos cuatro. puesto que durante todo este tiempo, en un convento de religiosas de Roma, una monja fue poseída por Satanás. Como es natural, esta pobre religiosa fue la primera, pero no la única, en el año mil seiscientos treinta tuvo sitio una de las más importantes posesiones demoníacas que figuran en la historia, y, precisamente, el acontencimiento afectó muy directamente a otro convento de religiosas: las monjas ursulinas de Loudun. Es preciso aclarar que la creencia en el Diablo no es un «dogma de fe» definido, sino más bien simplemente producto de una enseñanza tradicional en los cristianos. Si algún cristiano se niega a creer en él, puede hacerlo tranquilamente y no por eso quedará excluido como miembro de la Iglesia Católica. El hecho de que en la Sagrada Escritura se mencione en tantas ocasiones al Diablo, no significa que deba ser real, aunque en el pasado se interpretó así.